martes, 23 de febrero de 2010

Maquillajes respetuosos

En estos días han llegado a Sabia Savia dos líneas que ya hace bastante tiempo tenía ganas de incorporar a la tienda: una línea de productos para peinado, (cera, espuma, laca y gel fijador), y una línea completa de maquillaje. Ambas diferentes a lo que podemos encontrar normalmente en perfumerías. Estos son productos con certificación ecológica en los que las materias primas de origen vegetal sustituyen a los derivados del petróleo, donde no se encuentran aluminio, siliconas, perfumes sintéticos, parabenes ni demás ingredientes, muy generalizados en la cosmética actual, pero de dudosos beneficios para nuestra piel y nuestro organismo en general.

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La certificación de estos productos es el prestigioso aval BDIH que garantiza al consumidor que se trata de un producto elaborado según las normas de la cosmética natural. Este sello se otorga a cada producto después de haber analizado no sólo la composición, sino también el proceso de elaboración del mismo, verificando que no contiene materias primas derivadas del petróleo, ni colorantes o perfumes sintéticos. Que está fabricado con ingredientes de cultivo biológico o silvestres y que no ha sido probado en animales.

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Ahora mismo hay ya en tienda productos de la marca alemana Sante, pero próximamente incorporaremos también otros de la marca Logona.

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Aquí se puede ver la totalidad del catálogo de ambas marcas, y si alguien está interesado o interesada en algún producto concreto que no tengamos en Sabia Savia se puede pedir, y lo traeremos por encargo en un plazo razonable de tiempo y sin coste extra alguno.

jueves, 18 de febrero de 2010

Nuestros hijos nos acusarán

Este es el trailer de Nos enfants nous accuseront (Nuestros hijos nos acusarán), un documental de Jean-Paul Jaud sobre la primera generación de niños de la historia que vivirá menos que sus padres al haber estado expuesta desde la infancia a gran cantidad de tóxicos, principalmente a través de la alimentación.

Las consecuencias sobre la salud humana de los productos químicos de la agricultura convencional y transgénica no son nuevos. Y aunque el discurso oficial todavía lo defiende como la única salida para la alimentación mundial y niega sus graves efectos secundarios, las pruebas son cada vez más abrumadoras.


Nuestros hijos nos acusarán relata la iciciativa del municipio de Barjac, en la región del Gard, al sur de Francia, de introducir la alimentación biológica en los comedores escolares.


Jean–Paul Jaud nos describe la tragedia medioambiental que amenaza a las jóvenes generaciones: envenenamiento de nuestras tierras agrícolas con los fertilizantes químicos (76 000 toneladas anuales de plaguicidas) y grave deterioro para la salud. Su consigna es clara e inequívoca: No basta con denunciar los estragos, hay que poner remedio inmediatamente para que nuestros hijos no nos acusen el día de mañana.


Ficha técnica sobre el autor y el documental:



Director: Jean-Paul Jaud


Actividades : Director, Guionista, Productor
Fecha de nacimiento : 06/06/1946
Sitio Internet oficial :
jplusb.fr


Películas: Nos enfants nous accuseront (2008),
Les Enfants de Severn (2009)


Género : Documental
Tema : Medio ambiente, Alimentación
Idioma de rodaje : Francés
Nacionalidad : 100% francesa (Francia)
Estreno en Francia : 5/11/08
Duración : 1h 47mn

Situación actual : Estrenado

SitioWeboficial :http://www.nosenfantsnousaccuseront-lefilm.com/

Producción delegada :J+BSéquences

Distribución en Francia : CTV International

Exportación/Ventas internacionales : Wide Management






domingo, 14 de febrero de 2010

El concepto del Continuum

El libro del que voy a hablar a continuación fue el primero que leí sobre crianza con apego. En un momento de mi vida en el que me interesaba ahondar más en este tema, encontrar respuestas y entender algunas cosas, tuve la fortuna de toparme con la señora Jean Liedloff. Curioseando una tarde por la Fnac, buscando "algo", sin tener muy claro el qué, leyendo títulos y contraportadas, acabé con "El concepto del continuum" entre las manos. Fue, como digo, un encuentroafortunado que me descubrió cosas muy interesantes, y que también hizo que me reafirmase en ideas que ya venía madurando. Me lo leí del tirón en un fin de semana, y me supo a poco. Recientemente he vuelto a releerlo, con motivo del taller de lectura organizado por la asociación Criar con apego, y he vuelto a disfrutarlo muchísimo. Aquí va una reseña que espero sirva de invitación para que cualquiera con curiosidad, tenga hijos o no, se adentre en sus páginas.

El concepto del Continuum” por
Jean Liedloff. Editorial Ob Stare

Jean Liedloff se basa en estudios antropológicos de la tribu de los yecuanas, habitantes de la selva Venezolana que llamaron su atención por su alto grado de “civilización” en lo que a las relaciones sociales se refiere, resultándole muy impactante su alegría de vivir, su convivencia amable,enorme capacidad para disfrutar de la vida, y sobre todo, el trato respetuoso entre hombres y mujeres, entre adultos y niños, y entre los más pequeños.

Liedloff estableció mediante la comparación de estas sociedad primitiva y la nuestra el efecto que sobre el desarrollo físico y emocional del individuo tiene el no respetar las reglas básicas para las que estamos programados evolutivamente. Basándose en esto, la autora desarrolló el concepto de Continuum. Nos dice Liedloff en su libro:

Durante cerca de dos millones de años, el hombre, a pesar de pertenecer a la misma especie animal que nosotros, fue todo un éxito. Había estado evolucionando del estado antropoide al estado humano como un cazador-recolector con un eficiente estilo de vida que de haber continuado en la misma línea le habría permitido celebrar muchos millones de años de existencia. Pero tal como está el mundo, y a juzgar por lo que la mayoría de los ecologistas piensan, su oportunidad de sobrevivir incluso un siglo más disminuye cada día con las actividades que lleva a cabo.

Durante el breve periodo de algunos miles de años en el que el hombre se ha ido alejando del estilo de vida al que la evolución lo había adaptado, no sólo ha causado estragos en el orden natural de todo el planeta, sino que además ha logrado destruir el evolucionadísimo sentido común que había guiado su conducta a lo largo de todos aquellos siglos.
Y nos advierte la autora: " Una cultura que exija a las personas vivir de un modo para el que su evolución no les ha preparado, que no llene sus expectativas innatas y que presione, por lo tanto, la adaptabilidad de las mismas más allá de sus límite,, esta condenada a dañar la personalidad de sus miembros ".

Este libro no fue concebido como una guía para padres interesados en la crianza con apego, y sin embargo, se ha convertido precisamente en eso, traducido ya a 16 idiomas. Resulta muy fácil de leer, está lleno de ejemplos reveladores, es ameno, y nos lleva a hacernos interesantes preguntas. A la vez, también, nos puede ayudar a volver a confiar en nuestro instinto. Un instinto que es fundamental en labores tan complejas y llenas de matices como la crianza de un hijo. Igualmente creo que es un libro muy enriquecedor para aquellos que no estén en la situación de crianza, porque de su lectura se pueden sacar muchas conclusiones acerca de cómo somos nosotros mismos y de cómo el modo en que hemos sido criados nos condiciona. Lo recomendaría por tanto no sólo a quienes tienen hijos o van a tenerlos, sino a cualquier persona curiosa y abierta a la reflexión.

Según Jean Liedloff, el concepto del continuum se refiere a la idea de que, para alcanzar un óptimo desarrollo físico, mental y emocional, los seres humanos —especialmente los bebés— necesitamos vivir las experiencias adaptativas que han sido básicas para nuestra especie a lo largo del proceso de nuestra evolución. Para un bebé, estas experiencias necesarias son:

- Contacto físico permanente con la madre (u otro familiar o cuidador/a) desde el nacimiento.

- Dormir en la cama de los padres en permanente contacto físico hasta que el bebé decida lo contrario por sí mismo, lo que ocurre alrededor de los dos años.


- Lactancia materna a demanda.

- Permanecer constantemente en brazos o pegado/a al cuerpo de otra persona hasta que el bebé comience a arrastrarse o gatear por sí mismo, lo que sucede en torno a los 6-8 meses.

- Disponer de cuidadores/as que atiendan las necesidades del bebé (movimientos, llantos, etc.) sin emitir juicios ni invalidarlas. Es importante tener en cuenta que el bebé no debe ser el centro de atención permanentemente, aunque sí debe sentir que sus necesidades serán satisfechas.

- Hacer sentir al bebé y potenciar sus expectativas basadas en que es un ser
innatamente social y cooperativo, al tiempo que fomentar su fuerte instinto de autoconservación. Igualmente, es básico que el bebé siente que es bienvenido y tenido en cuenta.


Un bebé que satisfaga estas necesidades básicas, desarrollará su autoestima y resultará un niño y posteriormente un adulto seguro e independiente. Mientras que aquellos a los que se les niegue el contacto físico por miedo a que se “malcríen” acabarán siendo niños asustadizos y dependientes, y este estado les perseguirá hasta su vida adulta.


Aquí se puede leer una entrevista a Jean Liedloff, y para terminar, transcribo aquí un fragmento sacado de este libro, que a mí me parece especialmente estremecedor, y que bien sirve muy bien para entender de qué cosas habla este libro:



El bebé, cuando es llevado al hogar de su madre ya conoce a fondo cómo es la vida. A un nivel preconsciente que determinará todas sus impresiones posteriores, al igual que las determina ahora, sabe que la vida es insoportablemente solitaria, que no responde a sus señales y que está llena de sufrimiento.


En una unidad de neonatología de las maternidades de la civilización occidental hay muy pocas posibilidades de recibir el consuelo de una mamá loba. El recién nacido, cuya piel está pidiendo a gritos volver a sentir aquella carne suave, cálida y viva con la que estaba en contacto, es envuelto en una tela seca e inerte. Es colocado en una caja y dejado ahí, por más que llore, en un limbo donde no hay el menor movimiento (por primera vez en toda la experiencia de su cuerpo, en los siglos de evolución o en la eternidad vivida en el útero).


Los únicos sonidos que puede oír son los gemidos de otras víctimas que están sufriendo el mismo indescriptible tormento. Puede que los sonidos no signifiquen nada para él. El bebé no cesa de llorar; sus pulmones, que no están acostumbrados al aire, se sobre esfuerzan con la desesperación que hay en su corazón. No acude nadie. Confiando en la perfección de la vida, como debe hacer por naturaleza, efectúa el único acto que puede hacer, que es llorar. Hasta que, después de haber pasado un tiempo que para él es una eternidad, se duerme agotado.
Más tarde se despierta en el vago terror que le produce el silencio, la inmovilidad. Se echa a llorar. Todo su cuerpo, desde la cabeza hasta la punta de los pies, está embargado por un ardiente anhelo y deseo, por una intolerable impaciencia. Respira con dificultad y chilla hasta sentir que su palpitante cabeza está a punto de estallar. Llora hasta que el pecho y la garganta le duelen. Ya no puede soportar más el dolor y sus sollozos se van apagando hasta calmarse. Ahora se pone a escuchar. Abre las manos y las vuelve a cerrar apretando los puños. Mueve la cabeza de un lado a otro. Nada parece ayudarle. El sufrimiento es insoportable. Se echa de nuevo a llorar, pero supone demasiado esfuerzo para su dolorida garganta y al cabo de poco vuelve a callarse. Tensa su atormentado y
anhelante cuerpo y siente un poco de consuelo. Agita las manos y patalea con los pies. Se detiene, sufriendo, incapaz de pensar o de tener esperanzas. Se pone a escuchar. De nuevo cae dormido.


Al despertar se hace pipí en los pañales y el suceso le distrae de su tormento. Pero el agradable acto de orinar y la cálida, húmeda y fluida sensación que siente alrededor de la parte inferior de su cuerpo desaparecen rápidamente. El calor se inmoviliza ahora y se vuelve frío y pegajoso. El pequeño patalea, tensa el cuerpo, llora a lágrima viva. Desesperado a causa del intenso deseo de contacto que le acucia, rodeado de un entorno inerte, húmedo e incómodo, expresa llorando desconsoladamente su infelicidad hasta que se tranquiliza con su solitario sueño.


De pronto, alguien lo levanta; vuelve a creer que va a obtener aquello que tanto desea. Le sacan el pañal. Se siente aliviado. Unas manos vivas le tocan la piel. Levantándole los pies, le envuelven el bajo vientre con otro paño seco y sin vida. Al cabo de un momento es como si las manos y el pañal húmedo no hubieran existido nunca. No hay ningún recuerdo consciente, ninguna chispa de esperanza. Se encuentra en medio de un vacío insoportable, eterno, inmóvil y silencioso, lleno de un intenso, intensísimo deseo de vital contacto. Su continuum intenta utilizar las medidas de emergencia de que dispone, pero todas están concebidas para unir los breves espacios de tiempo en los que permanecerá sin recibir el trato correcto o para pedir consuelo a alguien (que se supone) que desea dárselo. Su continuum no tiene ninguna solución para una situación tan extrema. Ésta supera su basta experiencia. La naturaleza del bebé, aunque el pequeño sólo haga algunas horas que respire, ha llegado a tal punto de desorientación que la situación supera a la fuerza salvadora de su poderoso continuum. La experiencia vivida en el útero ha sido la que probablemente más se acercará de todas al estado de bienestar que, de acuerdo a sus expectativas innatas, tendría que experimentar durante toda su vida. Su naturaleza se basa en la suposición de que su madre se está comportando correctamente y de que las motivaciones que la impulsan y las consiguientes acciones se beneficiarán sin duda unas a otras.


Alguien llega y lo levanta deliciosamente en medio del aire. Vuelve a la vida. Lo llevan de una manera demasiado delicada para su gusto, pero al menos experimenta algún movimiento. Después se encuentra en su lugar. Todo el sufrimiento que ha padecido ahora ya no existe. Descansa en unos brazos que lo envuelven y aunque su piel al entrar en contacto con la ropa de la madre no le envíe ningún mensaje de encontrar consuelo ni sienta el contacto de una piel viva, sus manos y su boca le comunican que se sienten bien. El positivo placer que produce la vida, el estado normal para el continuum, es casi completo. El sabor y la textura del pecho materno está presentes, la cálida leche fluye a su hambrienta boca, oye los latidos de un corazón que debería haber sido su vínculo, el sonido que le confirma la continuidad de la existencia vivida en el útero; las formas moviéndose anuncian con claridad que hay vida. El sonido de la voz también es correcto. Sólo hay algo que falta en la ropa y en el olor que percibe (la madre se ha puesto colonia). El bebé succiona la leche y cuando está lleno y con las mejillas sonrosadas, se queda dormido.


Al despertar se encuentra en un infierno. No tiene ningún recuerdo, esperanza ni pensamiento de la visita que le ha hecho su madre que pueda tranquilizarle en este inhóspito purgatorio. Las horas, los días y las noches van transcurriendo. El bebé se echa a llorar, queda agotado, cae dormido. Se despierta y se hace pipí en el pañal. Ahora este acto ya no le resulta agradable. El efímero placer que le producen sus aliviadas tripas se torna en un dolor cada vez más punzante cuando la orina caliente y ácida entra en contacto con su irritada piel. Se pone a chillar. Sus cansados pulmones necesitan gritar para no sentir el doloroso escozor. Llora hasta que el dolor y el llanto lo agotan hasta caer dormido.


En este hospital, que es de lo más normal, las ocupadas enfermeras cambian los pañales de los recién nacidos a unas determinadas horas, tanto si están secos como si hace poco o mucho que están húmedos, y mandan a los bebés a sus casas totalmente escaldados para que los cuide alguien que tenga tiempo para ello.


El bebé, cuando es llevado al hogar de su madre (sin duda no puede decirse que sea el hogar del pequeño), ya conoce a fondo cómo es la vida. A un nivel preconsciente que determinará todas sus impresiones posteriores, al igual que las determina ahora, sabe que la vida es insoportablemente solitaria, que no responde a sus señales y que está llena de sufrimiento.


Pero aún no se ha rendido. Su fuerza vital intentará siempre recuperar el equilibrio mientras haya vida en él.


El hogar en que se encuentra sólo se diferencia de la unidad de neonatología de la maternidad en que ahora no tiene la piel irritada. Durante las horas en las que el bebé está despierto, está anhelante, ansioso de contacto físico y espera de manera interminable que el silencioso vacío sea reemplazado por la situación correcta.


Durante algunos minutos al día su intenso deseo cesa momentáneamente y la terrible necesidad de su piel de ser tocada, sostenida y movida es satisfecha. Su madre es la persona que, después de habérselo pensado mucho, ha decidido dejarle acceder a su pecho. Ella lo quiere con una ternura que nunca antes había sentido. Al principio, a la madre le resulta difícil dejar a su hijo en la cuna después de haberle dado el pecho, sobre todo porque él se echa a llorar desconsoladamente. Pero está convencida de que debe hacerlo, ya que su madre le ha dicho (y ella debe saberlo) que si ahora le hace caso lo malcriará y más tarde su hijo le causará problemas. Ella desea hacerlo todo correctamente; por unos momentos siente que la pequeña vida que sostiene entre sus brazos es más importante que cualquier otra cosa en el mundo.


Suspira y deja suavemente a su hijo en la cuna, decorada con patitos amarillos a juego con la habitación. Ha puesto mucho esfuerzo para decorarla con unas cortinas suaves y sedosas, una alfombra en forma de un enorme oso panda, un tocador blanco, una bañera y un vestidor equipado con polvos de talco, aceite, jabón, champú y un cepillo, todo fabricado y envasado con los colores especiales para bebés. La pared está decorada con imágenes de crías de animales vestidas como personas. Los cajones de la cómoda están llenos de camisitas, peleles, patucos, gorritos, mitones y pañales. Sobre la cómoda, colocados de lado en un cautivador ángulo, hay un corderito de peluche y un jarrón con flores recién cortadas, ya que a su madre también le “encantan” las flores.


Ella le estira la camisita y lo arropa con una sábana bordada y una manta decorada con las iniciales del pequeño. Las contempla llena de satisfacción. Ella y su marido no han reparado en gastos para decorar la habitación de su bebé a la perfección, aunque no hayan podido comprar aún los muebles que han elegido para el resto de la casa. Se inclina para besarle la sedosa mejilla y se dirige hacia la puerta mientras el primer agonizante chillido hace estremecer el cuerpo del bebé.


Cierra con suavidad la puerta de la habitación. Le ha declarado la guerra. Su voluntad debe imponerse a la de su hijo. A través de la puerta oye un sonido parecido a alguien que es torturado. El sentido de su continuum lo reconoce como tal. La naturaleza no envía unas señales claras de que alguien está siendo torturado a no ser que sea éste el caso. La tortura es precisamente tan seria como suena.


La madre duda, su corazón desea volver con su hijo, pero se resiste y se aleja. Acaba de cambiar y alimentar a su bebé. Como está segura de que no necesita realmente nada, lo deja llorar hasta que el pequeño se queda agotado.


Él se despierta y se echa a llorar de nuevo. Su madre entreabre la puerta para asegurarse de que el pequeño está bien. Después vuelve a cerrarla con suavidad para que su hijo no piense que va a recibir la atención que está pidiendo luego se apresura a volver a la cocina para reanudar lo que estaba haciendo y deja la puerta abierta para poder oír a su hijo por si “le ocurriera algo”.


El llanto del bebé se va transformando en temblorosos gemidos. Al no recibir ninguna respuesta, la fuerza del móvil de la señal se pierde en la confusión de un estéril vacío al que el consuelo tendría que haber llegado hace mucho tiempo. El bebé mira a su alrededor. Más allá de las barras de la cuna hay una pared. La luz es tenue. No puede darse la vuelta. Sólo ve los barrotes, inmóviles, y la pared. Oye los sonidos sin sentido de un mundo lejano. Cerca no hay ningún sonido. Contempla la pared hasta que los ojos se le cierran al volver a abrirlos, los barrotes y la pared siguen exactamente en el mismo lugar que antes con la única diferencia de que ahora la luz es más tenue.


Entre la eternidad que pasa contemplando los barrotes y la pared, pasa otra eternidad contemplando los barrotes de ambos lados y el lejano techo. A lo lejos, a un lado, se ven unas formas estáticas que siempre están ahí.


Hay momentos en los que siente algún movimiento y algo cubriéndole los oídos, un sonido apagado y un montón de ropa sobre él. Cuando esto ocurre, puede ver desde el interior la esquina blanca de plástico del cochecito y, de vez en cuando, grandes bloques de casas deslizándose a lo lejos. Ve también las lejanas copas de los árboles que tampoco tienen nada que ver con él, y a veces personas mirándole que hablan normalmente entre ellas o en ocasiones con él.


Más a menudo, estas personas agitan un objeto que hace ruido frente a él y el bebé siente, al estar tan cerca, que se encuentra cerca de la vida y alarga la mano y agita los brazos deseando encontrarse en su lugar. Cuando le acercan el sonajero a la mano, lo coge y se lo mete en la boca. Pero no recibe la sensación que estaba esperando. Agita las manos y el sonajero vuela por los aires. Una persona se lo vuelve a traer. Como desea que esta prometedora figura regrese, se dedica a arrojar el sonajero o cualquier otro objeto que tenga a mano mientras el truco funcione. Cuando ya no se lo devuelven más, se dedica a mirar el vacío cielo y la capota del cochecito.
Cuando llora en el cochecito es a menudo recompensado con signos de vida. Su madre mueve el cochecito porque ha aprendido que esto tiende a hacerle callar. Su intenso deseo de movimiento y experiencias, todo aquello que sus antepasados tuvieron en sus primeros meses de vida, se calma un poco cuando su madre mueve el cochecit5o, lo cual de una manera muy pobre le ofrece al menos alguna experiencia.


Como no asocia las voces que oye a su alrededor con nada que le ocurra a él, tienen muy poco valor porque no anuncian que vayan a colmar sus expectativas. Sin embargo, son más gratificantes que el silencio que reinaba en la maternidad. El cociente de las experiencia de su continuum está casi a cero; su principal experiencia real es la del deseo.


Su madre lo pesa con regularidad y se siente orgullosa del progreso de su hijo.
Las únicas experiencias útiles constituyen los pocos minutos al día que le permiten estar en brazos y algunas otras vividas de manera irregular que le sirven para sus otras necesidades y que se van agregando a sus cuotas. Cuando el bebé está en el regazo de su cuidadora, puede acercarse corriendo un niño gritando y añadir la emoción de crear un poco de acción a su alrededor mientras aquél se siente seguro. El pequeño oye el agradable zumbido del motor del automóvil mientras es zarandeado plácidamente en el regazo de su madre cuando el tráfico se detiene y cuando vuelve a circular. Oye ladridos de perros y otros ruidos repentinos. Aunque a algunos les perturben cuando están en el cochecito, a otros, sin embargo, les asustarían si no estuvieran en brazos.


Los objetos que le ponen a su alcance sirven para imitar aquello que al niño le está faltando. La tradición dicta que los juguetes consuelan a los bebés que están sufriendo, pero de algún modo lo hacen sin reconocer el sufrimiento de los mismos.


En primer lugar está el osito o cualquier otro muñeco suave similar que sirve “para dormir”. Está concebido para dar al bebé la sensación de tener un constante compañero. El intenso cariño que a veces un niño acaba sintiendo por él se considera un encantador capricho infantil en vez de verse como la manifestación de una grave carencia afectiva que le ha llevado a aferrarse a un objeto inanimado en su necesidad de encontrar un compañero que no le abandone. Los cochecitos con juguetes que suenan, y las cunas que se balancean son otra desgraciada imitación. Pero el movimiento sustituye de una manera tan pobre y tosca el movimiento que un niño experimenta mientras su madre lo transporta, que satisface muy poco el intenso deseo del solitario bebé. A parte de ser inadecuado, suele también ser infrecuente. Están también los juguetes que se cuelgan en las cunas y los cochecitos que suenan, tintinean o repiquetean cuando el bebé los toca. La habitación del bebé se suele adornar con móviles de vivos colores, un nuevo objeto que el pequeño puede contemplar aparte de las paredes. Los móviles atraen su atención, pero sólo se cambian de vez en cuando y no llegan a llenar la necesidad que tiene el niño para su desarrollo de disfrutar de una variada experiencia visual y auditiva.